Cuando un amigo se va
Queda un tizón encendido
Que no se puede apagar
Ni con las aguas de un río

La huella del tiempo puede hacer borrar las imágenes que un día fueron muy nítidas, pero lo que la memoria en ocasiones no ofrece, te lo da el corazón. Era primavera en Madrid del año 1995 cuando el gran Isidoro Lora-Tamayo Rodríguez, como delegado del Notariado español para las relaciones con Hispanoamérica, organizaba el primer curso para la formación de profesores de Derecho notarial en toda Hispanoamérica. Fue allí donde el mismo Isidoro me presentó al Maestro Nery Roberto Muñoz, me dio las mejores referencias respecto de su probidad moral y su obra ya escrita. En mis deseos de conocer personalmente a los maestros del Derecho civil y notarial me dirigí a él y me saludó con ese tono tan circunspecto que lo caracterizó, pero a la vez tan cálido, tan cordial, tan emotivo. No pude imaginar que en ese instante se iniciaría una amistad que ni la muerte del Maestro Nery hará que finiquite.
Nery era el mayor referente del Derecho notarial en su Guatemala querida. Se reunía en él, en amalgama perfecta, el saber ser y el saber hacer. Desde su tierra natal enseñó toda la vida. Su Alma Mater era su otra casa. Aprendí con él a querer a San Carlos de Guatemala para cuya Revista de la Facultad de Ciencias jurídicas y sociales escribí muchas veces, gracias a su gentileza. No había edad en él para continuar estudiando. Alcanza su doctorado ya pasados los 50 años, pero lo hizo con la humildad que le caracterizaba, con el afán de seguir siendo útil a sus alumnos, a esos alumnos de tantas generaciones que hoy lloran su partida. Nery no me dio clases de Derecho notarial, pero me dio lecciones de vida, de solidaridad, de magnanimidad. Me enseñó a querer la tierra del quetzal, su historia, su hermosa geografía, su cultura, su literatura, sus artesanías. De su mano recorrimos la capital y la maravilla de Antigua, que con orgullo mostraba. La posibilidad de encontrarnos en cada encuentro notarial -en algún lugar de la geografía del planeta- era razón suficiente para compartir y ponernos al día de cuando acontecía.
Mientras escribo estas líneas pienso en Ilma, su fiel y querida esposa, también mi amiga. Ilma la mano derecha del maestro. Ilma, la luz referente de la familia Muñoz. Ilma, la inefable anfitriona, y también en sus hijos y nietos, tan queridos y amados por el Maestro. Y por supuesto, en San Carlos y en el notariado de Guatemala. Se va el Maestro, pero queda su memoria, sus recuerdos, su buen hacer, ellos se multiplican en sus discípulos y en sus alumnos del grado. Se va un hombre de bien, se va un gran notario cuya mayor lección fue saber pasar por la vida con la cuota de humildad que predican los hombres nobles.
La vida está llena de señales, se fue el Maestro después de dictar la última lección de su vida. Se fue dando cátedra de Derecho notarial, se fue haciendo lo que más amaba y sabía hacer: enseñar Derecho. Allí, dónde quiera que esté, seguirá dando luz y enseñando. Se me fue un amigo, un gran amigo, no solo mío, sino también del notariado cubano. Quizás no tuve tiempo de decirle lo mucho que le quería y le admiraba.

Roma, 06 de octubre de 2022

Leonardo B. Pérez Gallardo
Profesor Titular de Derecho civil
Universidad de La Habana.
Notario